En el principio
En el origen de los tiempos, aparecieron las siluetas de unas embarcaciones toscas procedentes del sur asiático. En ellas venían unos oscuros seres humanos que portaban un reloj imperfecto, que marcaba los 60.000 ó 40.000 años antes de nuestra era, y una brújula imaginaria que apuntaba hacia un lugar con hechuras de continente: Australia.
Aquellos colonos rudimentarios se distribuyeron desde la humedad de la costa hasta los páramos interiores de su nueva tierra. Eran los primeros, los aborígenes, los que, desde entonces, siempre estuvieron allí; los mismos que además de sus huellas primitivas, dejaron todo un laberinto de caminos, manifestaciones, trazos y señales míticas. Había surgido la Época del Ensueño.
Las primeras exploraciones europeas
Como si su historia la relatara una Biblia escrita con eslabones perdidos, los aborígenes australianos crecieron y se multiplicaron. Ya iban, poco más o menos, por el millón de almas, cuando el reloj casi perfecto del mundo occidental daba las campanadas del siglo XVI y a esa hora, por los contornos de la Terra Australis, empezó a observarse una cierta verbena de velas y palos mayores, de marineros y exploradores. Las aguas de los mares del sur no cesaban de reflejar los pabellones de los barcos españoles, portugueses, holandeses y británicos.
En 1606, el español Luis Váez de Torres anduvo rozando las costas de Australia cuando pasó por el estrecho, que todavía hoy conserva su nombre, abierto entre el cabo de York y la isla de Nueva Guinea. Sin embargo fue el fuerte interés de Holanda por el gran almacén de especias que el gran Oriente guardaba en sus galpones naturales, lo que hizo que sus navegantes frecuentaran los aires australianos.
De entre ellos, el más destacado, el que hizo más por reconocer aquellos mares y tierras, fue Abel Janszoom Tasman que en 1642, entre sus garbeos marítimos, llegó, entre otros lugares, al vecindario australiano de la isla de Tasmania.
Pero ni holandeses, españoles, ni portugueses llegaron a interesarse por la colonización de Australia. Fueron los británicos, entre ellos el bucanero Dampier y sobre todo James Cook, los que sí se tomaron en serio eso de aposentar sus reales para esquilmar a fondo y por encargo de su corona, las riquezas potenciales de la gran isla.
Cook realizó tres viajes, el primero en 1770, que sirvieron como recopilación de datos que, a la postre, resultaron nata y fresa para las pretensiones de Gran Bretaña. En estas estuvieron los británicos hasta que, a principios del siglo XIX, Mattew Flinders rodeó por primera vez Australia dándole en el año1817, su denominación definitiva.
Nace Sydney y la llenan de presidiarios
En 1786, Gran Bretaña decide estrenar su posesión australiana con un detalle más que habla de la fina sensibilidad con que este país inauguraba sus posesiones: fundando una colonia de presidiarios.
Casi dos años después de esta resolución, el capitán Arthur Phillip llegaba a la costa de Australia al mando de once barcos que transportaban diversos cuadros de tripulación, algunos familiares de ésta y, sobre todo, una pandilla de 759 angelitos, el caramelo más sabroso de la delincuencia británica e irlandesa. Pusieron pie a tierra en el sureste del continente: había nacido Sydney.
La gran expansión
Además de mano de obra presidiaria, desde el inicio del siglo XIX, Gran Bretaña carga su batería colonial australiana de exploradores de interior, pioneros, agricultores, ejército, ganaderos, mineros, aventureros y otros personajes habituales del ambiente ultramarino. Con tales mimbres se fueron fundando los diferentes asentamientos cuyas bases se localizaban, en las que serían las seis principales ciudades del país. Y así se fue conformando lo que iba a ser el aprovechamiento de Australia, es decir: cultivos de campos, desarrollo de la ganadería ovina y explotación de minas de oro.
La cosa fue creciendo como la leche hirviendo. A mediados de siglo, Sydney y Melbourne junto con Adelaide, marcaban la orientación cultural y política del continente. Los colonos, aunque muy apegados a su estilo, lealtad, costumbres y maneras británicas, comenzaron a desarrollar su conciencia australiana.
A mediados de siglo se oían cantos de federación para la media docena de territorios colonizados que de esta forma pasarían a ser estados. Melodías que, en definitiva, llevarían a la creación de un nuevo país bajo el paraguas de la Commonwealth.
Y de los aborígenes ¿qué?
Mientras se desarrollaba la gran expansión colonial, los aborígenes, los verdaderos y propios habitantes de Australia, mal asistieron y peor entendieron qué era aquella corriente impetuosa que no tenía punto de retorno.
En tanto que los nativos no fuesen un obstáculo para el avance de los colonos, los problemas no pasaron de ser escaramuzas sin mayor importancia. Pero cuando se empezaron a invadir territorios de caza o santuarios sagrados comenzaron las tiranteces. Los aborígenes fueron expulsados de sus tierras sin contemplaciones y, en algunos casos, como en Tasmania, éstos fueron prácticamente exterminados.
Muy pocos aborígenes fueron integrados en el flujo colonial. Además de su destrucción física, social y cultural, los nativos vieron dinamitadas sus estructuras tribales siendo reducidos y apartados en reservas, principalmente situadas en Queensland, Territorio del Norte y Nueva Gales del Sur. No antes de llegar al siglo XX, un postrero mea culpa blanco hizo rehabilitar, siempre en sus reservas, a las comunidades negras de Australia, así, fue posible, en mayor o menor medida, la recuperación de algunos aspectos de sus modos de vida y cultura. Hasta 1967 no se les concedió el derecho al voto.
Por fin un país: Australia en las guerras mundiales
En 1901 Australia se convertía en una nación. Había superado la etapa de la federación y ahora redactaba su propia Carta Magna. Australia puso en rodaje su nueva identidad nacionalista participando en la I Guerra Mundial para dejar en los campos de batalla a más de 60.000 de sus hombres – recordemos la campaña de Gallipolli-.
En la II Guerra Mundial, Australia tuvo una participación de país más hecho – no hay que olvidar que estaba situado en pleno ojo del huracán de las travesuras japonesas – aunque las estrategias aliadas de la contienda le llevara a una cierta veleidad amorosa, quizá demasiado dependiente, con Estado Unidos.
Después de la guerra, Australia volvió a revelarse como una tierra prometida, como una miel que necesariamente atraía una nueva invasión, esta vez pacífica y sin pretensiones colonialistas, pero que convirtió al país en un lugar decididamente cosmopolita. Miles de trabajadores del este y sur de Europa llegaron para probar su oportunidad en el progreso de la Terra Australis.
paula
09/12/2011 at 17:16
necisataba informacion para un trabajo y aqui lo tengo me a servido de mucha ayuda y ademas para conocer mas las antiguedades de la antigua austria
BUENO A SIDO UN PLACER ESTAR AQUI COMENTANDO MA SSOBRE ESTA CURIOS-
IDAD CHAO BESOS