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Transhimalaya. Una vuelta al espíritu

Seguimos girando alrededor de las montañas, pero ahora sumándonos a un peregrinaje establecido al que acuden cientos de tibetanos e indios
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Al norte del Himalaya se abre un surco en el que asoman, comprimidas, las rocas del fondo de un océano que hace unos 100 millones de años se interponía entre la India y Eurasia. Estas tierras están ahora levantadas a 4.530 metros de altitud y tienen dos cubetas que rellenan dos grandes lagos y alrededor de éstos se abren camino en sentidos divergentes ríos que corren largos itinerarios en el interior de Asia.

Esos lagos, de un azul intenso, que los peregrinos rodean recitando mantras, están cargados de símbolos religiosos al ser representaciones de la luz y de la sombra. Al atardecer, como escribía hace casi trescientos años un poeta de los Alpes, los lagos parecían dos espejos gigantescos caídos en el suelo y en su pulpa oscura o clara danzaba un mismo fuego parpadeante.

En una colina próxima se recortaba la silueta del monasterio del Pájaro, rodeado por agitadas banderas de oración y por túmulos bárbaros y sagrados coronados por cornamentas de yaks. En el monasterio, entre tapices azules, hay una estatua ceñuda, de gesto agresivo, del Gurú Rimpoché, airado no para atacar, sino para defender a los hombres del mal. Desde esta colina se ve sobresaliendo del horizonte la pirámide rocosa, también ceñuda, del Monte Kailas, surcada por manchas de nieve.

Hay sentidos del paisaje visible que, si no preguntamos a los hombres, es seguro que se nos escapan; pero allí hay cientos de peregrinos que recorren los valles desérticos que rodean esta pirámide prohibida de 6.714 m. de altitud, que, en su lento caminar y en sus postraciones, responden sin palabras a esos significados invisibles. La peregrinación del Kailas no es exclusiva de una creencia y cada religión ejecuta sus propios ritos, pero su suma y su mezcla hacen del Kailas una de las montañas más sagradas del mundo. Nos incorporamos, pues, a la corriente, al giro de circunvalación para recorrer con todos los espíritus de Asia -budistas, bon, hinduístas- un circuito de más de 50 kilómetros, que no baja de los 4.500 m. de altitud e incluso asciende a un collado de 5.636 m.

Alrededor del oscuro monolito unas gargantas desérticas recortan y aislan el Kailas, que se iza retirado sobre circos semiocultos. El cruce de sus estratos y fracturas dibuja repetidas repisas y canales, que se interpretan míticamente: así se cree ver una esvástica inscrita en esas fisuras, que indica una alta intensidad espiritual, o se explica un surco vertical por la cicatriz que abrió en la roca la caída de un abad de los bon, que se precipitó en el abismo arañando la pared de la montaña, o es descifrado como el camino abierto por Siva en su ascensión a la cima o como el signo del único, que aparece en este gigantesco chorten bajo la mirada del Buda que todo lo atisba.

La región entera estaría ordenada desde este centro en un mandala como un resumen armonioso del cosmos, con continentes, lagos, ríos y mares de sangre y de leche. El Kang Rimpoché representa así el misterioso pilar del mundo. Sus cuatro caras inviolables serían, respectivamente, de oro, rubí, cristal y zafiro y cada una tiene un guardián mágico de los espíritus del suelo y de los tesoros escondidos en sus puertas invisibles hacia el mundo subterráneo, donde habitan Siva y Parvati, las fuerzas complementarias.

El Kailas es, en este mapa simbólico, a la vez la montaña cósmica central, eje del mundo, y la morada de una de las manifestaciones de Buda y en su cumbre intocable convergen los vértices de dos pirámides, una de roca y otra celeste invertida, donde entran en contacto materias y espíritus esenciales.

El Paso de Drolma (5.636 m.), la diosa compasiva, significa una simulación de la muerte y el renacimiento. En Siwasthal se realiza el ensayo ritual de la muerte y se pierde la identidad pasada. En el Drolma La el peregrino renace. Hablaremos, viajero, cuando vuelvas, de esta fuerte experiencia.

Cómo llegar: Lo mejor es salir del Nepal, atravesando el Himalaya por el valle del Humla Karnali hasta los lagos. En cualquier caso, hay que llegar al pueblo de Tarchen (4.520 m.), en el Tíbet, para realizar desde él la vuelta andando.

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